El pasado 25 de Enero el pueblo de Egipto se levantó contra un régimen opresivo y corrupto. Siguiendo una tradición laica, ya que en este movimiento no prevalece ninguna organización fundamentalista islámica, la revuelta popular hizo realidad sólo la primera de un gran número de demandas que exigía la renuncia del hoy ex Presidente, Hosni Mubarak. Sin embargo, el futuro de Egipto no es nítido, muchos intereses están en juego y los desenlaces actuales no parecen ser satisfactorios para los millones que derrocaron al ex Presidente.

El ex-mandatario egipcio, amparado en una ‘Ley de Emergencia’, llevaba adelante persecuciones y detenciones de todo el liderazgo de izquierda y de los movimientos progresistas y nacionalistas de ese país bajo la excusa de la ‘lucha contra el terrorismo’. Al menos 297 personas han sido asesinadas desde que comenzaron las protestas antigubernamentales en Egipto, informó la organización no gubernamental Human Rights Watch, luego de visitar 7 hospitales en El Cairo, Alejandría y Suez, entrevistar a médicos e inspeccionar las morgues, señaló Heba Morayef, investigadora en El Cairo de HRW. Siguiendo una tradición laica, que es la característica de los movimientos modernistas árabes, la revuelta popular hizo realidad sólo la primera de un gran número de demandas que exigía la renuncia del hoy ex Presidente, Hosni Mubarak. Sin embargo, el futuro de Egipto no es nítido, muchos intereses están en juego y los desenlaces actuales no parecen ser satisfactorios para los millones que derrocaron al ex Presidente.

Obstinados por las penurias que los afectan, millones de egipcios llevaron adelante una verdadera rebelión popular, que se encuentra en una nueva etapa, hoy amenazada por la falta de un liderazgo político y sin un programa ideológico más amplio tras las protestas. En este sentido, Sarah Ben Néfissa señala que “ninguna fuerza política puede realmente adjudicarse la paternidad de la revolución tunecina. La situación no difiere en Egipto, donde las fuerzas políticas opositoras son ampliamente superadas por las protestas sociales.” Pero Egipto no es Túnez. Egipto ocupa un lugar trascendental para los intereses económicos y geopolíticos de los Estados Unidos en Medio Oriente. Los Estados Unidos tienen un poder abrumador allí. Según el profesor Noam Chomsky, autor de Hegemonía o supervivencia, Egipto es el segundo país que más ayuda militar y económica recibe de Washington. Estados Unidos es el principal sostén del régimen egipcio. En tal sentido, Mike Mullen, jefe del Estado mayor Conjunto estadounidense, aseguró que los 1.300 millones de dólares que aporta Washington a El Cairo cada año “han ayudado a convertir las fuerzas armadas egipcias en un Ejército capaz y profesional”. Según Elliot Abrams, alto funcionario del departamento de Estado durante las presidencias de Ronald Reagan y George W. Bush, en el momento actual, ese aspecto crucial de las relaciones egipcio-estadounidenses no está en cuestión. El Ejército egipcio, que ha tomado las riendas del poder, afirma que respetará el tratado de paz con Israel. Según datos de la agencia Reuters, el Ejército egipcio es una de las diez fuerzas militares más grandes en todo el mundo – con más 468.000 miembros activos y 479.000 en la reserva -, con una cúpula cohesionada y fiel al régimen de Hosni Mubarak que ha mantenido a su ministro de Defensa, Mohamed Husein Tantawi, de 75 años, en el cargo desde 1991. El mismo que ahora estará al frente del Consejo Supremo militar que ha asumido el poder en Egipto tras la renuncia del presidente recién dimitido.
Detrás del agotamiento irreversible del poder de Mubarak, Washington, Tel Aviv y Riad llevan adelante acciones colectivas para detener la ola ascendente de las masas, fijar los límites de la nueva esfera política y definir las reglas de la gobernabilidad. El analista David Miller, ex asesor de seis secretarios de Estado en temas del Medio Oriente, ahora titular del centro de Investigaciones Woodrow Wilson, sostuvo que serán meses decisivos para ‘aclarar la situación’ sobre la discontinuidad institucional iniciada el 25 de Enero. Por su parte, Robert Gibbs, portavoz de Barak Obama, considerado como uno de sus más cercanos colaboradores, gran estratega y experto en el manejo con los medios de comunicación, señaló que Egipto será un lugar mucho menos amistoso para los intereses estadounidenses a medida que se afianza la democracia, si es que llega a afianzarse. Martin Indyk, un ex funcionario de la Administración Clinton en el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense como responsable del área de Medio Oriente y el conflicto israelí-palestino y una persona estrechamente vinculada a la Administración Obama, señaló al New York Times que Estados Unidos debe trabajar junto al ejército egipcio por el control de Egipto hasta que “pueda emerger un liderazgo político legítimo y aceptable”. Lo que los funcionarios estadounidenses entienden por aceptable son regímenes políticos como Arabia Saudita y el Túnez de Ben Alí. En cuanto a legitimidad, significa personas funcionales a los intereses estadounidenses. Tel Aviv es mucho menos tímida que Estados Unidos respecto a la situación en Egipto. Por miedo a perder El Cairo, Tel Aviv ha estado alentando al régimen de Mubarak para liberar toda la fuerza del ejército egipcio contra los manifestantes civiles. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, expresó los temores de Tel Aviv sobre Egipto aliándose con Irán y una nueva puerta de entrada para la influencia iraní en un discurso abierto señalando: “Teherán está esperando el día en que la oscuridad descienda sobre Egipto.” En este contexto, el analista político Basem Tajeldine ha señalado que Estados Unidos es consciente que no existen alternativas “democráticas” posibles a la restitución y el fortalecimiento de esas dictaduras como única garantía para el mantenimiento de su hegemonía sobre la región. Pero la lección que nos está dejando este estado de rebelión en el mundo musulmán, nos habla de un nuevo momento en la política del Medio Oriente. Estados Unidos e Israel tendrán que dejar sus políticas militaristas que pone en tela de juicio la legitimidad del movimiento egipcio y propender por un pluralismo que respete el derecho internacional del hemisferio-oriental. Desde el principio mismo de este “Despertar Árabe”, de acuerdo a Alain Gresh, la propaganda estadounidense (especialmente el Washington Post, Wall Street Journal y Daily Alert) ha tratado de hacer especial hincapié en la “amenaza islámica”. En este marco, la analista conservadora Anne Applebaum, señaló en The Washington Post que “históricamente los meses que siguen a una revolución son más peligrosos que la revolución misma.” Estos think tanks insisten en la amenaza de una “toma del poder islámica” por parte de los Hermanos Musulmanes, aunque una cifra abrumadora de analistas políticos y periodistas (entre ellos Alain Gresh, Michel Warchawski, etc.), no sionistas, en Egipto hubieran ya señalado que los manifestantes no pertenecían a movimiento político alguno y que propugnan por un régimen político democrático-laico.

Politizar la modernidad o modernizar la política

El levantamiento del pueblo egipcio tiene como objetivo real poner un límite al poder reaccionario de la élite del Estado Mayor que basa sus privilegios en la exclusión, explotación y violencia sobre las mayorías empobrecidas. De acuerdo a datos provistos por el FMI, la economía egipcia es relativamente pequeña (la cuarta de Oriente Próximo) con un PBI de 2010 cifrado en 217.000 millones de dólares. Según el FMI, en Egipto hay un 44% de analfabetos y la tasa oficial de desempleo se sitúa algo por debajo del 10%, pero hay que tener en cuenta que el 80% de las empresas y el 40% del empleo están generados en la economía informal. La renta per cápita, medida en paridad del poder de compra, se situó en los 6.367 dólares en 2010, pero vio su crecimiento desacelerarse desde 2007. El filósofo y analista Slavoj Zizek ha señalado que en el marco de la revuelta hay algo que tiene que captar nuestra atención; la patente ausencia del fundamentalismo islámico. Para el autor de El espinoso sujeto, resulta esencial situar en ese contexto los acontecimientos que están teniendo lugar en Túnez y Egipto. De manera tal que una multitud laica-secular estalló contra su propia pobreza para exigir libertad y esperanza económica. Aquí está por tanto el quid de la cuestión: la apertura democrática con elecciones libres no implica, como pretende el cínico postulado liberal de cuño occidental, entregar el poder a los fundamentalistas islámicos.
El hecho de que no haya un poder político organizado que llene el vacío dejado por Mubarak, exhibe la heterogeneidad y pluralidad de las distintas demandas de una sociedad atravesada por la corrupción, la represión y el desempleo. Las consignas que prevalecen hasta el momento tienen como objetivo la instauración de una democracia. El motor fundamental de las protestas fue la terrible situación de pobreza que fue agravada por el alza de los precios de los alimentos. De acuerdo a datos proporcionados por el FMI, el 40% de los egipcios vive por debajo de la línea de pobreza con menos de dos dólares diarios, que no alcanzan ni para una comida. Todo esto instrumentado al inicio de la década de los 90 en el marco de las reformas neoliberales. En los últimos años Egipto experimentó un crecimiento relativamente importante. Entre 2005 y 2008, de acuerdo a informes del FMI, creció al 7% anual; en 2009 el 4,7% y en 2010 el 5,3%. El fenómeno, el boom económico, señala el docente y autor de Valor, mercado mundial y globalización Rolando Astarita, está ligado a la implementación de políticas neoliberales, con sus consecuencias: mayor desigualdad de desarrollo entre ciudades y regiones dentro del país; mayor polarización social; aumento de los niveles absolutos de pobreza; pérdida de poder de las organizaciones obreras y campesinas; e impulso del consumismo. A igual que sucede en otros países subdesarrollados, en Egipto ha habido crecimiento capitalista, que dio lugar al incremento de la clase trabajadora y a la polarización social, pero también a la marginación y pauperización de amplias capas. En los días del levantamiento final contra Mubarak hubo huelgas de empleados del Estado, de obreros textiles, de trabajadores del Canal de Suez, de ferroviarios, profesionales y estudiantes. Se trata de un proceso complejo que no se podría entender si no se lo vincula al desarrollo capitalista egipcio. Las manifestaciones masivas han dejado ver en la superficie el surgimiento de un abismo cada vez mayor entre el sistema institucional y la población. Esta demanda social, donde la mayoría de los egipcios no se sienten involucrados en los asuntos públicos, de acuerdo a Alain Gresh muestra una situación, “donde el bloqueo autoritario coexiste con una transformación fundamental de las relaciones entre el Estado y la sociedad”.

Este escenario de agotamiento del modelo laico no democrático ¿supone el comienzo de una era completamente nueva? Es, pues, de suma importancia para la comprensión del fenómeno revolucionario del pueblo egipcio analizar si las bases materiales del antiguo orden sigue en su sitio: las elites, la policía, el ejército, la burocracia y la Embajada de Estados Unidos. La caída de un régimen dictatorial como el egipcio significa una conquista democrática de proporciones. El movimiento popular abre nuevos espacios y posibilidades de organización en el marco de una democracia burguesa. En esta coyuntura, el desafío de la actual revuelta, que se opone al régimen establecido por Sadat y desarrollado por Mubarak, es edificar una cultura política fuerte e independiente. En este sentido, la aparición de la revolución sobre la escena política sólo puede ser realizada a través del esfuerzo colectivo en el que los individuos concretos se reúnan con el propósito de realizar algo en común, y desaparecerá cuando, se dispersen o se separen. El enviado especial por Clarin, el periodista Marcelo Cantelmi, ha señalado que la concentración en la Plaza Tahir forma parte de los intentos por acelerar las reformas tras la renuncia de Mubarak y cambiar el gobierno. Todo indica que se va hacia alguna forma de democracia burguesa, posiblemente con fuertes limitaciones, a menos que el movimiento popular obligue a las fuerzas burguesas a mayores concesiones.
Los manifestantes de Egipto han trascendido las divisiones ideológicas del liberalismo, el laicismo y el islamismo y en su lugar, la plaza de Tahir se convirtió en un espacio de un movimiento nacional y popular que sacudió al régimen. Tras la caducidad del régimen de Mubarak, los ciudadanos expresan la necesidad de establecer una nueva autoridad que actúe como fuente y origen de una democracia verdadera. Por ello, el desafío de Egipto es demostrar al mundo occidental que los árabes no son ‘por naturaleza’ antidemocráticos. Que parte de esto, por supuesto, es la propaganda deliberada, diseñada para los ingenuos europeos y estadounidenses de que deben apuntalar a los Mubarak regionales o la alternativa de caudillos militares. Muchos de ellos fueron muy sinceros: la mayoría de los israelíes creen realmente que los árabes, por su propia mecánica, crearán regímenes ‘islamitas’ asesinos, cuyo objetivo es borrar a Israel del mapa. Esta actitud cultural y política se extiende por toda Europa bajo lo que Edward Said llama ‘Orientalismo’. El problema es que hasta ahora las potencias occidentales despreciaban la capacidad de movilización de esas poblaciones y vieron con buenos ojos a los déspotas, que se autoproclamaban pilares contra el supuesto avance islamita y mantenían un estado de emergencia totalitario. Pero cuando los pueblos se levantan y emerge una revolución que desafía a las autoridades políticas existe la posibilidad de un cambio de ideas y actitudes arraigadas. Sustituir un régimen autoritario por una democracia significa que la unidad perdurable del futuro cuerpo político esté garantizada no por las viejas instituciones que el pueblo tuvo en común, sino por la misma voluntad del pueblo.
Acercándonos a esta cuestión observamos que -a diferencia de lo que sostienen las miradas reaccionarias y oportunistas de algunos líderes europeos como Tony Blair- el movimiento original es modernizador. Como una justificación ideológica de los objetivos estadounidense en el Oriente próximo tenemos la visión de uno de los propagandistas del Choque Civilizacional. Para Samuel Huntington “ha existido una continuidad en el Islam desde su fundación. Se trata de una religión militante en la en la que no existe distinción entre lo que es religioso y lo que es laico”. Lógicamente, por el momento no se puede hablar de una revolución de filo islamita como supone Huntington. Este tipo de lectura sobre la movilización egipcia es una operación política que intenta desviar la mirada acerca del carácter heterogéneo de las manifestaciones.

Egipto: En busca de la democracia

Tras treinta años de brutal dictadura, contra un Estado policial, en el que regía la Ley de la Emergencia, las masas en Egipto exigen un gobierno realmente soberano y democrático que deje de ser esclavo de la política exterior de los Estados Unidos e Israel. El pueblo egipcio anhela la democratización de la sociedad para que la sociedad civil pueda elegir a sus representantes a través de debates públicos y transparentes. En este marco, el pueblo egipcio tiene una gran oportunidad en sus manos. Su protagonismo en las calles y plazas exigiendo justicia social y trabajo, reivindicando sus derechos políticos y civiles y el cambio del régimen político-económico que los agobia, muestra una nueva realidad de los movimientos que proclaman una soberanía real y el fin de la injerencia externa.
Por ello, el desafío que tiene adelante el pueblo egipcio se encuentra ahora en una nueva y difícil etapa. Si consideramos la noción de Hannah Arendt sobre las diferentes etapas de un proceso revolucionario, en el presente la revolución se halla en su segunda etapa. Con la impugnación y abolición del régimen autoritario de Mubarak, la sociedad se encuentra arrojada a un estado de naturaleza con la necesidad de fundar un nuevo cuerpo político, una nueva Constitución capaz de otorgar garantías suficientes para las organizaciones políticas y las libertades y derechos de los ciudadanos.
La coyuntura de Egipto, la realidad actual como problema, impone por sí misma la evidencia de la solución: “la renegociación de las modalidades de la unidad nacional”, es decir la constitución de la nación. Por ende, del diagnóstico del problema emerge inmediatamente un programa de acción. Ahora bien, este programa está –en el presente, en lo actual- ‘impedido’ por la misma coyuntura. La coyuntura exige, para su resolución, algo más que un diagnóstico, y algo más que un programa: requiere una intervención práctica y subjetiva. En este sentido, el especialista Basem Tajeldine señala que distintas organizaciones civiles, -luego de la explosión social y la consecuente defección de Mubarak- se agruparon en Comités para defender el proceso revolucionario iniciado por las masas y orientados por ellos. Según el analista geopolítico y autor de Globalistan: How the Globalizad World is Dissolving into Liquid War, Pepe Escobar a falta de líderes políticos que alentaran la esperanza, la revolución de los egipcios fue anónima y tuvo millones de caras. De la resistencia al antiguo orden emergió el grupo ilegalizado islamita Hermanos Musulmanes, principal fuerza opositora en Egipto, cuyo líder es Mohamed Badía que anunció en un comunicado la creación de un partido político, “Libertad y Justicia”. En este marco, Badia agregó que “el partido se va a formar para cumplir las esperanzas y los deseos del pueblo egipcio con el fin de lograr un futuro mejor en el que Egipto pueda recuperar su papel, posición y liderazgo”. Según numerosos analistas egipcios, el Consejo Militar que surgió tras la salida de Mubarak no ha logrado desmovilizar a los jóvenes del Comité ni al pueblo. En tal sentido el deseo del pueblo es imponer, tanto al ex presidente como a la Junta Militar, la conformación de un Gobierno de Emergencia Nacional integrado por ellos mismos y el resto de los factores políticos, sindicatos y organizaciones sociales.

La práctica política de la revolución Egipcia se encuentra ante un dilema esencialmente político. El problema es, pues, el de la garantía de la libertad, y en manos de quién ponerla. De todas maneras, como ha señalado Sami Naïr, las perspectivas para el futuro más próximo son meras hipótesis mientras no se organice la policía y mientras el Ejército no se pronuncie con claridad a favor de orden democrático. Así, ha señalado el miembro de los Hermanos Essam el-Erian que ‘el nuevo gobierno es una ilusión’; ‘simula que incluye a la auténtica oposición pero en realidad este nuevo Gobierno pone a Egipto bajo tutela de Occidente’. Por su parte, el influyente periodista Wael el-Ibrashi marcó que ‘estaremos en la plaza hasta que haya un nuevo gobierno porque no veremos cambio con un gobierno del Partido Nacional Democrático’. Tal es la encrucijada egipcia: ¿cómo se puede prescindir del ‘viejo sistema político’ sin un proyecto de recomposición de las fuerzas políticas? Este es el desafío que se plantea en Egipto y que por el momento está en marcha: la fundación de la democracia.


Ver en línea : Por Jorge Makarz